Paco Abril, vicepresidente de la Asociación Homes Igualitaris, es un firme defensor de las masculinidades igualitarias, inclusivas y no violentas, y Ojos del mundo ha encontrado en él, y en la colaboración con la entidad Homes Igualitaris, el aliado perfecto para seguir transformando vidas y desafiar los roles tradicionales de género.

Con un doctorado en Sociedad de la Información y el Conocimiento por la UOC y una licenciatura en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona, Paco combina su pasión por la igualdad de género, el estudio de las masculinidades, con el activismo que inspira a jóvenes y colectivos de hombres a repensar sus perspectivas sobre qué significa ser un hombre en nuestra sociedad y en nuestro tiempo. Su labor docente e investigadora, tanto a nivel estatal como internacional, se centra en la transición hacia modelos alternativos de masculinidades, en ámbitos como el hogar, el mundo laboral y los espacios masculinizados, con un fuerte arraigo de los estereotipos de género.

Durante su viaje a Inhambane en la primavera de 2025, en el marco del proyecto Ojos de Mozambique, ha propuesto cambios metodológicos para sensibilizar sobre los estereotipos de género que limitan el acceso de las mujeres a los servicios oftalmológicos. También ha planteado nuevas propuestas de intervención y ha identificado futuras líneas de acción, aportando perspectivas innovadoras a las comunidades de Mozambique.

Con cada proyecto e intercambio de experiencias, Paco Abril nos recuerda que el cambio hacia una sociedad más justa y equitativa no solo es posible, sino inevitable, cuando trabajamos juntos con entusiasmo y compromiso.

¿Qué te animó o cómo decidiste volcarte en el activismo para provocar cambios en las masculinidades?

Por casualidad, como ocurre con muchas cosas en la vida. En 2004 recibí una oferta de la Universidad Autónoma de Barcelona para participar en un proyecto de investigación europeo, Work changes Gender, en el cual analizábamos cómo la legislación favorable a la igualdad y las medidas de conciliación en las empresas podían ayudar a los hombres a transitar hacia modelos de masculinidad más igualitarios, con un reparto más equitativo de las tareas de cuidado y del hogar con sus parejas.

En aquella época yo no conocía nada sobre las masculinidades. A raíz de esta investigación entré en contacto con diferentes grupos y personas en España, principalmente en Andalucía, que desde los años ochenta —o incluso antes— hacían activismo y también trabajo personal sobre las masculinidades. En Barcelona contacté con un grupo de hombres, “La Sopa d’Homes”, unas 10 o 12 personas que llevaban seis meses reuniéndose periódicamente para compartir y analizar cómo la socialización recibida había conformado un determinado modelo de masculinidad y las consecuencias de este modelo en su vida cotidiana, con sus parejas, hijos e hijas, y en sus relaciones en diferentes ámbitos.

Eran hombres que querían cambiar y también animar a otros a hacer una reflexión sincera y crítica sobre el modelo de masculinidad que impera en nuestras sociedades. Yo fui inicialmente como investigador, pero aún hoy continúo asistiendo a las reuniones como un participante más, tratando de entender y transitar hacia modelos de masculinidad más vivibles, no violentos, respetuosos e igualitarios.

¿Cuáles son algunos de los desafíos más grandes que has encontrado al trabajar por la transformación de las masculinidades?

Las dificultades o desafíos más grandes tienen que ver con llegar a hombres que, por sus circunstancias, no se han planteado qué son las masculinidades ni qué consecuencias tienen en su vida y en las personas de su alrededor. No han reflexionado, por ejemplo, sobre la posición que ocupamos en la sociedad y los privilegios o las ventajas que tenemos por el hecho de ser hombres. Tampoco sobre las consecuencias o costos que conlleva reproducir modelos de masculinidad tradicional, en forma de más presión, estrés, analfabetismo emocional, cultura del riesgo o las violencias recibidas y ejercidas.

En las charlas y talleres que organizamos, suelen asistir hombres que ya están sensibilizados o en proceso. Cuesta mucho que este tema despierte interés en el resto de hombres que no se han planteado los privilegios y los costos de la masculinidad. Quizás porque ya les va bien la posición que ocupan y perciben el posible cambio como una pérdida.

Además, últimamente ha crecido mucho la resistencia de algunos hombres —siempre ha existido, pero ahora se ha intensificado con las redes sociales y con los partidos de ultraderecha que hablan de “ideología de género”, niegan las violencias machistas y ponen en duda las desigualdades de género en la sociedad, en el hogar, en el trabajo o en la calle. Cada vez hay más hombres que se hacen eco de estos discursos y, muchas veces, el diálogo se vuelve imposible. En sesiones o talleres que hacemos en escuelas, empresas o instituciones como las prisiones, nos encontramos a menudo con hombres que cuestionan la desigualdad de género y que dificultan un diálogo sincero sobre la socialización recibida y sus consecuencias.

Aun así, no desistimos. Procuramos respetar todas las posturas —tal como queremos que respeten la nuestra— y explicamos a los hombres que la igualdad no es solo positiva para las mujeres, sino también para ellos mismos. Replanteándose el modelo de masculinidad y transformando algunas prácticas pueden convertirse en personas más felices, más justas y contribuir, entre todas y todos, a construir una sociedad más democrática, igualitaria y libre de violencias.

¿Cómo comenzaste tu colaboración con Ojos del mundo y cuáles han sido las experiencias más significativas hasta ahora?

La única colaboración de momento —espero que no sea la única— fue en abril de este año. Se trataba de un intercambio en Mozambique entre la Red HOPEM, una asociación que trabaja las masculinidades en este país, y nuestra asociación Homes Igualitaris. Tuve la suerte de ir en representación de nuestra entidad.

Fue una experiencia muy rica e interesante. Tuve la oportunidad de ver cómo HOPEM trabajaba sobre el terreno, con comunidades y con profesionales dentro del programa Ojos de Mozambique. El objetivo era sensibilizar a los hombres de la región de Inhambane sobre las diferencias de género en la salud ocular. Los estudios muestran que las mujeres están más expuestas a problemas de salud ocular debido a sus actividades cotidianas, como el trabajo en el huerto, pero que, sin embargo, acuden menos que los hombres a los servicios de salud ocular. Cuando se trata de familias con pocos recursos, a menudo el dinero se invierte menos en las mujeres; además, como los hombres participan poco en las tareas del hogar y en el cuidado de las criaturas, muchas mujeres no quieren o no pueden dejar a la familia para desplazarse y ser atendidas en servicios que, la mayoría de las veces, se encuentran a muchos kilómetros de su residencia.

Pude observar cómo HOPEM sensibilizaba a los hombres de las comunidades, dinamizaba el diálogo entre hombres y mujeres y promovía la adquisición de habilidades y competencias a partir de talleres prácticos. Por ejemplo, en talleres de cocina, los hombres cocinaban y servían las comidas a las mujeres, que observaban cómo sus parejas les preparaban la comida.

También tuve la oportunidad de dirigir un taller, en este caso dirigido a representantes de ONG que trabajan, directa o indirectamente, en temas de género. Fue una experiencia muy enriquecedora por las diferencias de contexto y de realidades que existen entre Mozambique y Cataluña.

¿Cómo ves la interacción entre las actividades de la Red HOPEM en Mozambique y la Asociación Homes Igualitaris en Cataluña?

Creo que ha sido una interacción muy enriquecedora para ambas partes. De entrada, hemos podido constatar que compartimos una misma visión crítica sobre las masculinidades e incluso algunas metodologías de trabajo. Para Homes Igualitaris, la experiencia ha permitido conocer cómo se trabaja en un contexto muy diferente al nuestro, donde la mayor parte de la población —especialmente en las comunidades rurales— vive en situación de vulnerabilidad económica y falta de servicios básicos como la educación, la salud, el acceso al agua corriente o a la electricidad. En este marco, a menudo la manera de garantizar la participación de los hombres en las actividades es ofreciendo comida o algún tipo de apoyo económico.

La realidad de las mujeres en Mozambique es también muy diferente de la de Cataluña. En ambos territorios aún no se ha alcanzado una igualdad real, pero la situación en Mozambique es mucho más grave, tal como evidencian los datos sobre el acceso de las niñas a la educación, la participación de las mujeres en la economía formal, la frecuencia de violaciones y otras formas de violencia cotidiana, así como la elevada incidencia del VIH entre niñas y mujeres. A esto hay que añadirle el peso y la influencia de la religión en la población mozambiqueña.

En este contexto, el trabajo de género y masculinidades es urgente y debe abordarse desde múltiples ámbitos: sensibilizando a los actores sociales (maestros, profesionales de la salud, etc.), empoderando a las mujeres y promoviendo la conciencia entre los hombres para avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria.

En Cataluña, aunque la violencia machista es también un problema grave, la situación es diferente gracias al impulso del feminismo y a la existencia de un marco legislativo específico. Aún persisten desigualdades importantes, pero en ámbitos como los cuidados o los salarios la tendencia es a la reducción de la brecha de género.

¿Qué cambios crees que se pueden lograr en los hombres que participan en el proyecto de Ojos del mundo? ¿Tienes algún ejemplo o experiencia a destacar?

Los cambios en los hombres hacia modelos de masculinidades alternativas, igualitarias y no violentas no se producen de un día para otro. Se trata de un proceso que necesita tiempo. Son años de socialización que hay que revisar. El primer paso es tomar conciencia de la voluntad de iniciar este proceso de cambio: solo con esta decisión ya se ha recorrido mucho camino.

Posteriormente, hay que revisar nuestras prácticas en diferentes ámbitos: en el hogar, con la pareja y los hijos e hijas, en el trabajo, con los compañeros y compañeras… Se trata de darnos cuenta de aquellas acciones que hacemos por costumbre y que implican relaciones de poder impregnadas de machismo. La clave es mantenerse firmes en la voluntad de cambio y visibilizar las nuevas actitudes, valores y prácticas, adoptando así una actitud proactiva.

Un aspecto interesante del proyecto de Ojos del mundo es que, en el trabajo con hombres en las comunidades, se ha formado a una persona de la misma comunidad como referente del programa, encargada de ayudar en la organización de los talleres. Sería conveniente que estas personas recibieran una formación más duradera y que, a la larga, pudieran ser ellas quienes condujeran el proceso de transformación, programando sesiones continuadas con los hombres y evaluando sus progresos. En paralelo, se podría formar también a una mujer referente que trabajara con las mujeres y, en momentos determinados, organizar talleres mixtos con hombres y mujeres.

¿Cómo ves el futuro de las masculinidades igualitarias y qué pasos crees que son necesarios para avanzar en este ámbito en el contexto de la lucha contra la ceguera evitable?

En general, soy optimista, aunque en Europa estamos asistiendo a ciertos retrocesos en materia de igualdad, especialmente en los valores más que en las prácticas. Si lo miramos con perspectiva, ha habido cambios importantes en los hombres. Por ejemplo, muchos padres jóvenes, sin renunciar a su vida profesional, quieren compaginarla con el cuidado de sus criaturas y mantienen un reparto más equitativo de las responsabilidades con sus parejas.

En relación con el programa de lucha contra la ceguera evitable de Ojos del mundo, una de las propuestas surgidas del intercambio y las reflexiones entre HOPEM y Homes Igualitaris fue la necesidad de dar más peso a la formación en género y masculinidades, incluyendo la perspectiva de la lucha contra la ceguera evitable, dirigida a actores clave que trabajan con diferentes colectivos. Uno de estos colectivos es el profesorado. Nos dimos cuenta de que es fundamental llegar a los niños, niñas y jóvenes, ya que representan el futuro. Sensibilizarlos podría contribuir de manera decisiva a reducir las desigualdades en los próximos años.

Dado que sería difícil llegar a todo el alumnado directamente con un programa continuado, la mejor estrategia es formar al profesorado para que pueda introducir estos contenidos de manera transversal en su práctica docente y convertirse, así, en agentes de cambio. Esta misma estrategia se podría aplicar también a otros colectivos, como el personal sanitario, la policía o la judicatura.

Otra idea que surgió es formar y organizar sesiones con periodistas, para que puedan difundir el mensaje de la lucha contra la ceguera evitable, la perspectiva de género y la necesidad de revisar las masculinidades. Los medios de comunicación —prensa, radio y televisión— pueden jugar un papel clave en la difusión de estos mensajes.

Una práctica que ya se hace, y que habría que reforzar, es el uso del teatro de calle para transmitir estos mensajes. También hay que fortalecer la figura de los referentes y agentes de cambio: hombres, jóvenes, líderes comunitarios y referentes del programa dentro de las comunidades, haciendo visible su compromiso con la lucha contra la ceguera evitable y con la transformación de las masculinidades. Una manera de reforzarlo podría ser mediante material de sensibilización social (pulseras con eslóganes, pines, camisetas, bolsas, etc.).

¿Qué consejos darías a los hombres que buscan desafiar los roles tradicionales de género?

A los hombres que quieren desafiar los roles tradicionales de género les recomendaría iniciar un proceso de revisión personal y colectiva. El primer paso es cuestionar el modelo tradicional de masculinidad, ya obsoleto, que limita la expresión de los sentimientos y la manera de vivir las relaciones.

Cambiar todo aquello que está vinculado al poder y a la violencia nos permitirá transformar la manera como habitamos el mundo. Debemos revisarnos para pasar de una representación aprendida de qué significa ser hombre a vivir con autenticidad lo que cada uno es.

Otro consejo es cultivar la empatía: escuchar, sentir y ponerse en el lugar del otro. Igualmente, hay que implicarse en los cuidados. Esto significa ir mucho más allá de la paternidad: es construir la masculinidad desde relaciones equilibradas, viviendo la crianza y el cuidado como espacios propios, no como un terreno donde los hombres son solo invitados o donde las mujeres indican cómo hay que hacer las cosas.

No hay una fórmula mágica para lograr una masculinidad más igualitaria. Lo más importante es centrarse en disfrutar y sentirse bien, dejando que las cosas fluyan de manera natural.

También es clave reconocer el valor del cuerpo y del contacto afectivo: romper la coraza de la distancia y permitirse mostrar sentimientos, dar abrazos y establecer vínculos más sinceros.

Finalmente, hay que entender este cambio como un camino de aprendizaje constante, sin competición, donde leer, formarse, dialogar y compartir experiencias con otros hombres y mujeres se convierta en un motor de transformación personal y social.