Zeinabu tiene 30 años y nació en Bojador, donde sigue viviendo. Es licenciada en Medios y Comunicación, especializada en Periodismo, formación que cursó en Argelia. Hoy, forma parte del equipo de la Fundación Ojos del mundo, en el proyecto Ojos del Sáhara, que trabaja para mejorar la salud visual en los campamentos saharauis. Desde el terreno, Zeinabu aporta su experiencia, su energía y una enorme sensibilidad para que el proyecto no solo avance, sino que transforme vidas. 

¿Cómo llegaste a este proyecto y qué te motivó a involucrarte en él? ¿Cuáles son tus responsabilidades actuales?

Todo empezó cuando Ojos del mundo buscaba una administradora para su nuevo proyecto en Bechar. En ese momento, yo seguía trabajando en el Ministerio de Salud Pública, justamente en esa misma zona, gestionando evacuaciones. Fue entonces cuando comenzó a diseñarse este proyecto, en colaboración con el Ministerio y el hospital de oftalmología. Al ver la oferta, sentí que tenía que intentarlo. Me presenté a la entrevista… y pocos días después me llamaron para empezar. 

Con el tiempo, lo que comenzó como un puesto de administración se convirtió en algo mucho más grande. Hoy soy adjunta de coordinación del proyecto Ojos del Sáhara y represento a Ojos del mundo en el terreno, junto a María Tavera, la coordinadora. Me encargo de planificar el trabajo del equipo local, hacer seguimiento a las actividades, fomentar la comunicación interna, coordinar con el hospital de oftalmología, gestionar los pagos, y asegurar que todos los recursos del proyecto se usen de manera adecuada. 

Es un trabajo exigente, sí, pero sobre todo es un trabajo profundamente humano. Cada tarea que realizamos, por pequeña que parezca, tiene un impacto real en la vida de las personas. Y eso, para mí, lo cambia todo. 

¿Cuál es tu rol, y qué tipo de reuniones realizas para garantizar el buen funcionamiento del proyecto? 

Mi trabajo implica hacer un seguimiento cercano de varias áreas clave, como género, estadísticas, gestión de stock y la actividad en Bechar. Cuando es necesario, hago un seguimiento diario, y cada semana planificamos tareas con los responsables de cada área para asegurar que todo avance según lo previsto. Cada persona del equipo envía además un informe mensual que nos permite llevar un control ordenado y transparente del trabajo que se realiza. 

Para que esta coordinación funcione, las reuniones presenciales son fundamentales. Me reúno de forma regular con el equipo local, porque el contacto directo crea un espacio de confianza donde podemos compartir ideas, resolver dudas y mejorar la dinámica del grupo. Estos encuentros fortalecen el compromiso colectivo y nos permiten responder con más eficacia a los desafíos del día a día. 

También mantengo reuniones con representantes del Ministerio de Salud Pública, como los departamentos de Evacuación y Recursos Humanos. Son encuentros clave para garantizar una buena relación institucional, coordinar acciones conjuntas y asegurar que nuestras intervenciones estén alineadas con las estructuras locales. En un proyecto como este, el trabajo en equipo, dentro y fuera de la organización es esencial. 

¿Cómo es la coordinación diaria con el equipo y qué tipo de retos enfrentas, tanto humanos como administrativos, en un contexto tan complejo? 

La coordinación diaria y semanal es constante. Utilizamos herramientas como Teams o el correo electrónico, pero lo más valioso sigue siendo la comunicación directa. Estar en contacto continuo, tanto con el equipo en terreno como con el equipo central, nos permite actuar con agilidad y adaptarnos a los cambios que surgen casi a diario. 

Uno de los desafíos más habituales es trabajar con personas muy distintas entre sí, con formas diferentes de entender el trabajo o con realidades personales complejas. En esos casos, trato de escuchar con atención, ponerme en su lugar y facilitar lo que cada uno necesita para hacer su labor lo mejor posible. La empatía no solo mejora la convivencia, también fortalece el compromiso del equipo.  

Pero no todo se reduce a la parte humana. Hay retos administrativos que requieren mucha concentración y paciencia. Gestionar pagos en terreno, encontrar proveedores que acepten transferencias o corregir errores frecuentes en las facturas son solo algunos ejemplos. Además, los trámites bancarios en Tinduf suelen ser lentos y las normativas cambian sin previo aviso, lo que complica aún más el proceso. Por eso, junto a la coordinadora, revisamos todo con mucho cuidado: porque sabemos que cada gestión correcta significa una oportunidad de atención para alguien que lo necesita. 

Y luego están los retos que duelen más. Hay enfermedades oculares que no pueden tratarse en Argelia, como los trasplantes de córnea o ciertas tumoraciones. Ver a personas llegar con la esperanza de una solución y no poder ofrecérsela es lo más difícil. Me gustaría que algún día podamos abrir una casa de enfermos en el Estado español, para evacuar a quienes no tienen alternativa aquí. Aún no es posible, pero mantengo la esperanza.  

¿Qué hace especial este proyecto para ti, cómo manejas la presión y qué impacto real percibes en la vida de las personas? 

Este es el primer proyecto en el que he trabajado, y sinceramente, no podría haber empezado en un lugar mejor. Ha sido una experiencia transformadora, tanto a nivel profesional como personal. Sentir que lo que hacemos tiene un impacto directo en la vida de las personas me llena de motivación y sentido. 

Como en todo trabajo comprometido, hay momentos de mucha presión y carga de trabajo. En esos casos, intento mantener siempre la calma, actuar con paciencia y tomar cada decisión con seriedad. Creo que una mente tranquila es la mejor herramienta para enfrentar los retos del día a día. 

Trabajar en este proyecto ha sido una de las experiencias más significativas de mi vida. Nunca imaginé que llegaría a formar parte de una fundación como Ojos del mundo, dedicada a algo tan esencial y humano como devolver la vista a quienes la han perdido o están a punto de perderla. Es una causa noble y necesaria, y formar parte de ella me hace sentir feliz y profundamente orgullosa. 

Ver cómo una persona recupera la visión gracias al trabajo que hacemos es algo que no se puede explicar fácilmente con palabras. Es una emoción que va más allá de lo profesional. Como saharaui, ayudar a mi pueblo, que lleva más de 50 años viviendo en condiciones de refugio, también es una forma de resistencia y esperanza. 

A lo largo de estos años he sido testigo de muchas historias, pero hay una que nunca olvidaré. En 2022, una mujer llegó a la consulta de Rabuni completamente ciega, acompañada por sus hijos. Le diagnosticaron cataratas en ambos ojos y fue enviada a Bechar para operarse. Un mes después, regresó… sola. Caminaba por sí misma y venía a registrarse. Al principio no la reconocí. Se me acercó y me dijo: “¿No te acuerdas de mí?”. Me contó su historia y no pude evitar emocionarme. La mujer que antes no podía dar un paso sin ayuda, ahora volvía a ver, a moverse con autonomía. Había recuperado no solo la vista, sino su independencia y su esperanza. Ese es el verdadero impacto de este proyecto. Y vivirlo desde dentro es un privilegio que me acompaña cada día. 

En un contexto como el que trabajas, donde hay tantas dificultades, ¿qué te da esperanza o te impulsa a seguir? 

Lo que me da fuerza es saber que estoy ayudando a mi propia comunidad y que lo que hacemos tiene un impacto real. A pesar de las dificultades, ver los resultados y sentir que mi trabajo sirve para algo concreto me motiva cada día. Me hace sentir útil, y con eso ya tengo suficiente para seguir adelante.